domingo, 9 de diciembre de 2007

El espejo


Nos conocimos en agosto y en septiembre quedamos por primera vez para tomar un café, que terminó en copa. Surgió algo especial entre nosotros y fuimos descubriendo una afinidad mental y espiritual que nos atraía de forma poderosa. Los encuentros se fueron sucediendo y disfrutamos juntos de momentos muy especiales. No sé si algún momento escuchamos campanitas sonar (demasiado cursi para nosotros), pero sin duda nos sorprendía la posibilidad de mirarnos en otros ojos, de escucharnos en otros labios, de intuir nuestros propios pensamientos en la mente de otra persona. Diría que esta sensación de mirarnos en un espejo provocó en nosotros sorpresa, curiosidad, admiración. Al mirarnos a los ojos éramos capaces de intuir la profundidad de pensamiento que habitaba en el interior del otro. Esos primeros días me pregunté si sería acaso posible tal conexión entre un hombre y una mujer y hacía dónde podía conducirnos. Sería tal vez el cimiento de una amistad única o, tal vez, algo más grande. Me daba miedo pensarlo. Sería posible que aquella química fuera acompañada también de física. No podía ser. Mi experiencia aconsejaba prudencia y escepticismo. Sin embargo parecía inevitable que el primer roce se produjera. Fue en mi casa, una noche después de la cena tus manos buscaron las mías sobre entre las copas de vino. El contacto se prolongó hasta el sofá pero el miedo me paralizó y tuvimos que esperar varios encuentros hasta que terminamos de romper el miedo. El intercambio afectuoso de mensajes y une cena a cuatro después de una visita a La Abadía me dieron la confianza suficiente para despedirme con un beso. Esos fueron los comienzos de nuestra historia.

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