lunes, 11 de mayo de 2009

Santa Catalina de Alejandría. Caravaggio



Catalina, en latín Catharina, es palabra compuesta de catha (universo), y de ruina (desmoronamiento), y significa total destrucción. Haciendo honor a su nombre esta santa destruyó completamente cuanto el diablo en ella trató de edificar. Santa Catalina, en efecto, arrasó la soberbia con su acendrada humildad, la concupiscencia de la carne con la virginidad de su vida, y las ambiciones mundanas con el menosprecio de las cosas temporales.

Catalina puede significar también cadenilla y lo significó de hecho en el caso de esta bienaventurada doncella cuya vida fue algo así como una cadeneta de buenas obras. Esta cadeneta o escala constó, como aquella otra a la que se refiere el profeta, de cuatro peldaños. “¿Quién es el que logra ascender al monte del señor?”, se pregunta el salmista en el salmo 23; y responde: “El que tiene sus manos inocentes de culpa, su corazón limpio, su alma libre de vanidades y su vida exenta de haber engañado al prójimo con juramentos dolorosos”. Pues bien, por esta misma escala y a través de estos cuatro peldaños y por el orden en que el salmista los expone, subió santa Catalina a monte del Señor, al que llegó mediante la inocencia de su conducta, la limpieza de su corazón, el desprecio de la vanidad y la manifestación de la verdad.

Catalina, hija del rey Costo, y entregada desde su niñez al estudio de las artes liberales, adquirió muy extensos y profundos conocimientos en la materia de estas disciplinas. A los dieciocho años de edad, estando un día recogida en su inmenso palacio, oyó un enorme ruido provocado por la afluencia de forasteros. Estos acudían por un edicto promulgado por el emperador Maximino que había ordenado que acudieran a Alejandría a ofrecer un sacrificio a los ídolos. Catalina se presentó ante el césar y trató de convencerle de que creyera en el Creador de los cielos y abandonase el culto a las falsas divinidades. Maximino quiso saber quien era. Ella respondió: “Cuando hables de ti ni te ensalces ni te abatas”, le dijo que a pesar de ser hija de un rey y poseer una gran cultura, lo único que le interesaba era su señor Jesucristo a cuyo amor vivía consagrada.
Ante las respuestas de Catalina el césar perdió los nervios y ella recitó las palabras del poeta: “Si sigues los dictados de la razón, te comportarás como un rey; pero si te dejas influir por las pasiones de tu cuerpo, actuarás como un esclavo”.El emperador encerró a Catalina en una mazmorra pero no consiguió que la princesa se retractase de sus palabras. Su discurso convenció a los sabios consejeros del césar e hizo que su esposa le ayudase a escapar de la prisión. Los que le ayudaron fueron cruelmente castigados y ella fue condenada a morir. El césar encargó cuatro ruedas dentadas como objetos del martirio, pero un ángel destruyó las ruedas. Finalmente fue decapitada con una espada. De sus heridas no brotó sangre, sino leche. Los ángeles recogieron su cuerpo y lo trasladaron al monte Sinaí distante veinte días de camino del lugar donde fue martirizada, y en dicho monte lo sepultaron. Desde entonces, de los huesos de la santa emana permanentemente un delicioso aroma que devuelve la salud a cuantos enfermos lo aspiran. Santa Catalina padeció su martirio por orden del tirano Maximino, que comenzó a reinar hacia el año 310 de la era del Señor.

Esto es lo que Santiago de la Vorágine (1228-1298) cuenta en su curioso libro "La leyenda dorada", que consultan los historiadores del arte para conocer las historias que hay detrás de las pinturas de temática religiosa.

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