
Por primera vez desde que cambié de trabajo decido ir al Retiro a la hora de la comida. A pesar de saber que existe una probabilidad de lluvia del 70% decido no llevar paraguas, me siento optimista. Al llegar a la entrada de la Puerta de Alcalá me siento como Alicia en el país de la Maravillas. Atrás queda el sombrío y ajetreado mundo del despacho. Estoy a punto de adentrarme en otra realidad, me pregunto cómo es posible haber tardado más de tres años en venir. Hoy he comprobado que estoy a 10 minutos, cuando hasta ahora en mi mente El Retiro estaba a años luz.
Traspasar la puerta es viajar en el tiempo. Recuerdo sobre todo las veces que he venido sobre ruedas, adoro patinar en el Retiro. Asocio este lugar al descanso y al disfrute por eso tal vez no he venido hasta ahora en un día de trabajo.
Hace frío y el día es gris pero no hace viento. Todo está en calma, hay pocos visitantes. Junto a la fuente esperan las gitanas conseguir unas monedas a cambio de buenaventura. Las esquivo y me dirijo a la Casa de Vacas. Antes de entrar he visto un cartel anunciando una exposición retrospectiva de François Legrand, "El gesto y la luz". Disfruto de la pintura: retratos, naturalezas muertas, paisajes. Me gusta lo que veo, sobre todo algunos retratos de miradas vivas que acompañan mi contemplar solitario. Mujeres sin adornos, desnudos luminosos, composiciones limpias. Un caudro llama mi atención, La caída creo que es su título, resulta inquietante: unos niños miran desde arriba a otro caído y tumbado en el suelo, trae a mi memoria la película "La memoria de los muertos" de Robin Williams. A la salida veo que hay un libro de dedicatorias y leo algunas, una de ellas dice "Soy una mujer soñadora en busca de la belleza" y me reconozco. Escribo la mía y salgo. Ha empezado a llover y termino el paseo bajo la lluvia. Huele a tierra mojada y a Camino de Santiago. Tengo que volver.